¿Y si el problema no es la aporofobia, sino la plutofobia?

Ricardo Sánchez Butragueño
2 min readJun 9, 2020

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Amancio Ortega

Parece que nuestro Gobierno, cada vez más moralizante en su creación de leyes más ideológicas que prácticas, va a aprobar la introducción de un nuevo tipo penal que castigaría la denominada aporofobia. Esto es, el odio al pobre.

Independientemente de que los delitos de odio constituyan en sí mismos una anomalía penal que, como tal, debería tratarse con suma delicadeza en su configuración, quizá sirva para entender el trasfondo y el inconsciente freudiano detrás de esta nueva ocurrencia de la agenda de ingeniería social que nos asola.

Y no porque uno mismo no esté en contra de la discriminación de las personas, más aún cuanto más vulnerables sean, por su situación social o económica. No conozco nadie de buen corazón que no sienta tristeza, rabia y dolor ante la pobreza.

Pero tengo la impresión de que a este gobierno de extremistas les falla el subconsciente. Para empezar, desde luego que no sufren de aporofobia. Todo lo contrario, diría que su afección es la aporofilia. Les gusta la pobreza. Les gusta crear pobres. Les gustan las naciones empobrecidas. Porque, en sus delirios totalitarios, no hay nada más suculento que una legión de pobres y descamisados, consolidada y permanente. Una legión de pobres sumisos a sus soflamas, a sus eternas promesas de redención que, como ya sabemos, nunca llegan.

Y es que el origen de su aporafilia no es otro que su plutofobia. Su odio a la riqueza, al esfuerzo del emprendedor, a la persona que construye valor, genera empleo y mejora su país. Por eso, odian visceralmente a Amancio Ortega. A Kike Sarasola. A Jesús Encinar. A cualquiera, en el fondo, que se atreva a demostrar que el mérito, el esfuerzo y la libertad de mercado son capaces de construir un mundo con muchos ricos… pero también cada vez con menos pobres.

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